No escribo para hacer historia, sino para contar una historia que tomó forma por si misma a través del tiempo. No escribo para que les guste, escribo porque yo lo amo. No escribo para ustedes, escribo para los personajes, pues son quien necesita vida. No escribo para que les guste, sólo escribo por contar.

Habitación de ángeles. =D

(Si es capaz de encontrarle un sentido a estos fragmentos, lo premiaré :D)


—¿Y qué era eso del otro día en la playa?

Él, la miró con cara de desentendido, mientras dejaba su tasa de café en la mesa —¿A que te refieres?

—El sabado, dijiste que te habías dado cuenta de dos cosas. Cuando nos subimos al auto, dijiste que yo era un desastre.

—¿Y que hay con eso?

Ella, apenas volteó el rostro de la ventana para decirle —Eso es, sólo una cosa, Cristobal.

Las comisuras de sus labios se curvaron, pero contuvo la sonrisa.

—¿Quieres que te diga la otra cosa de la que me di cuenta?

Adrianna, volvió la vista a la noche tormentosa que se extendía ante sus ojos, antes de contestar.

—Por supuesto.

Como me encanta. Pensó él, observando su semblante serio y frío, pero él, veía mucho más que el resto. Él podía ver tras aquella pared en las facciones de la castaña.

Se acercó a ella, apoyando las manos en el cristal a ambos lados de su rostro. La vió sonreir, en el reflejo que el vidrio le ofrecía.

Acercó los labios al oído de la joven y le susurró con suavidad —Muy bien. Si así lo quieres.

Sin embargo, no dijo nada más. Ella, no le pregunto nada tampoco. Sabía que él hablaría a su tiempo. Se contentó con mirar un rato los relampagos, antes de volver a despegar los labios.

—Cuando llegó mi hermana y tú te fuiste, ese día en la playa, me di cuenta de una cosa, que no quería aceptar... luego, cuando me subi al auto y te encontré consumiendote en los nervios, me di cuenta de otra. Y di por aceptada la primera.

—No entie—

—Sé que no entiendes. Tu cara me lo dice. Guarda silencio. ¿Quieres?

Ella no contestó nada, continuó abrazándose el pecho con sus brazos, mirando sus reflejos.

—Me di cuenta... de que no te quiero. Realmente, no te quiero. y no quería aceptarlo...

Las palabras le cayeron encima como un balde de agua fria. Intentó voltearse, para enfrentarlo, pero él, puso su mano derecha en torno a su cintura y ladeó el rostro con una sonrisa nerviosa.

—Porque te amo, Ade. Realmente te amo.


El Quiebre


Las palabras le habían sonado distantes la primera vez, mas ahora, eran un murmullo lejano. Escuchaba un debil pitido en su oído, como el viento. Realmente esperaba no desmayarse. Se quedó paralizada, durante al menos un minuto, en el que Cristobal, la observaba expectante.

—Pe-Permiso, tengo... tengo que irme —ella intentó hacerlo a un lado; Él, estaba tan sorprendido de aquella reacción que ni siquiera notó que ella hacía fuerza contra su pecho. Antes de que se diese cuenta, Adrianna había pasado por debajo de su brazo; Escuchaba sus tacones hacer 'clap clap' en el piso, mientras se alejaba. Se volteó y la vió poniendose el abrigo con rapidez, al tiempo que abría la puerta— Debo irme.

El joven, suspiró frustrado y dijo —Vale, esa no era la respuesta que esperaba precisamente...

Ella se volteó a mirarlo, desde el umbral. Se había roto la mascara en su rostro.

—Lo siento, te llamaré, lo prometo. Yo te llamaré... por teléfono.

Luego de eso, cerró la puerta tras de si.

Cristobal, se quedó paralizado, observando la puerta cerrada, por la que su 'otra novia' acababa de salir. ¿Estaba llorando? No, no llorando, pero había algo más en su expresión, era casi psicótica, estaba quebrada, asustada. Estaba vacía.

Algo más se escondía tras todo aquel teatro de familia que ella montaba a diario junto a Benjamin y Mathew. Había preferido ignorarlo durante todo aquel tiempo, pero ahora se hacía más obvio, más latente.

Sin ser conciente de sus acciones, ya había abierto la puerta y corría por el pasillo hasta el ascensor. Marcaba el piso 6. Adrianna había tomado el ascensor e iba en el piso 6.

—Maldición —Echó a correr, escaleras abajo. Sólo esperaba cruzar los ocho pisos, antes que la muchacha, dejara el edificio.

¿Qué está pasando? No logro comprenderlo.. ¿Es que ella no me ama? Estaba seguro de que era así.¿Qué estoy haciendo?

Llegó al primer piso, pero el ascensor ya estaba allí. Miró por la ventana, aunque apenas se podía distinguir nada con la cortina de lluvia que caía al otro lado. Golpeó la pared con el puño. Pero no se paró a pensarlo demasiado. Salió a la inerperie.

Simplemente genial. ¿Cuando irán a arreglar el famoso foco ese? Se preguntó, mirando el foco de la luz que estaba sobre el estacionamiento de su edificio. De las cuatro estructuras, aquel era el único que carecía de luz.

Luego de echar una mirada a su alrededor durante un minuto, se volteó frustrado y apoyó las manos en las rodillas. Él, nunca corría. Odiaba correr. Lo detestaba. Echó a andar hacia el edificio. Estaba a dos metros de la puerta de cristal, cuando divisó a través de ella a la castaña, que salía del ascensor.

Claro. Se bajó antes, para no encontrarse conmigo. Y luego de pensarlo durante unos segundos, optó por su segunda hipótesis, menos conspiranoíca. Vale, puede que haya tomado el otro ascensor.

Ella, salió corriendo del ascensor en dirección a las puertas de cristal, al mismo tiempo que él corría a su encuentro.

—¡Ade!

—¡Déjame! —le gritó, mientras el joven la sujetaba de ambos brazos

—¡Ade!

—¡Suéltame te digo! —la muchacha lo golpeó con los puños en el pecho, mientras se revolvía con fiereza entre sus brazos— déjame, te lo suplico… por favor.

—No —Cristóbal la apretó con fuerza contra su pecho, impidiendo todo movimiento por parte de la joven.

Él no entendía nada. Su llanto era tan real, que podía sentirlo. No podía ni siquiera imaginar que era lo tan terrible que le había hecho.

—Vamos arriba, ¿si?

—Déjame irme… por favor.

—No Ade, no puedes irte en estas condiciones.

Ella levantó la vista y pasados unos segundos fue incapaz de sostenerla. Escondió el rostro en el cuello del muchacho y susurró “Por favor, por favor, no vuelvas a decir eso nunca”

Existe una sola e inevitable verdad y es que nunca somos verdaderos, hasta que la tormenta está sobre nuestras cabezas.
Pues la lluvia, se lleva todas las máscaras, la lluvia quita toda cáscara. Y peor aún es cuando el sol no sale y salimos fuera de nuestros cascarones a echar un vistazo y nos encontramos con la más triste y oscura realidad. El verdadero rostro del resto y peor que aquello, el verdadero rostro nuestro.