José Miguel Subercaseaux, apoyado en el dosel de la cama, observaba a la muchacha que allí yacía. No había nadie más en su enorme y lúgubre mansión, además de él y la castaña que languidecía. Permanecía en el mismo lugar, quieto como una estatua, atento a cualquier ruido que no sintonizara con el sonido constante y acompasado de los latidos del corazón de la joven.
Dado el hecho, que el único humano dentro de la casa, yacía inconsciente sobre una cama, fue suficientemente obvio, que la persona , quien acababa de cruzar las rejas de la mansión corriendo, era Alice. Su corazón latía desbocado, tal vez por el miedo, la incertidumbre, la preocupación, pero más probablemente por el hecho de haber corrido. Ella nunca corría.
Continuó atento a los sonidos. Alexander se había ido hacía dos horas, a hablar con Pablo, a pedir su ayuda.
La muchacha de ojos verdes, corría para adentrarse en la mansión. La puerta estaba abierta, al menos no había echado la llave, porque sabía que ella llegaría en algún momento y no tenía la menor intención de bajar a abrirle la puerta.
No es que, él, dudara de que su mejor amigo, fuese a ayudarlo; No, lo que a José Miguel le preocupaba, era el hecho, que los padres de Pablo, Elías y Caroline, no estarían en lo más mínimo de acuerdo con su plan de emergencia.
La muchacha se había detenido al pie de la escalera. Podía oírla en el piso inferior, intentaba identificar el aroma en el aire. Ella y sus malditos dotes químicos naturales. Él sabía lo que olía y ese algo... era sangre. Su sangre.
Y Pablo podía ayudar a convencerlos. Después de todo, él debía obedecerles. Elías lo había sacado de los laboratorios y era como un padre para él. No había otra autoridad que él.
Los apresurados pasos de Alice, subiendo las escaleras de dos en dos. Su corazón, latiendo con violencia abrumadora. La sangre caliente corriendo por sus venas. Su respiración agitada.
Tenía claro, que no era su mejor idea, pero no tenía planeado usarla a menos que fuera estrictamente necesario.
Escuchaba los pasos de Alice, cada vez más cerca de la habitación. Se había perdido en un principio, pero eso no pareció afectarla demasiado. Era una casa muy grande. Enseguida encontró el pasillo que conducía a la estancia que servía de habitación para un chico que no dormía jamás.
Esperaba que no fuese necesario crear a otra de esas cosas. Pero no estaba dispuesto a dejar morir a su amiga.
La tabla suelta crujió, bajo los pies de la muchacha, estaba a tan solo una habitación de distancia.
No... no iba a dejarla morir.
La puerta se abrió de golpe. El aroma de Alice, lo impactó directo en el rostro.
No cuando era su culpa el deplorable estado en el que ella se encontraba.
–¿Podrías... hacer el favor de no hacer tanto escándalo?