No escribo para hacer historia, sino para contar una historia que tomó forma por si misma a través del tiempo. No escribo para que les guste, escribo porque yo lo amo. No escribo para ustedes, escribo para los personajes, pues son quien necesita vida. No escribo para que les guste, sólo escribo por contar.

Siguiendo con el Libro rojo

Reglas


Alice Dawson, aprendió desde muy pequeña, que había ciertas cosas, que ella no podía controlar.

No podía hacer que su madre dejara sus telas, ropas y negocios para que la llevara al parque, a jugar, como a otras madres hacían con sus hijos; siempre enviándola con la niñera. No importaba cuantos escándalos hiciese, ni cuantas lágrimas surcaran su delicado y siempre pulcro rostro. De vez en cuando solo conseguía que ella levantase la vista para dedicarle una reprobatoria mirada, acompañada siempre de las palabras “Cariño, mamá hace negocios ahora, será lo mismo si te lleva Nancy”

No podía lograr que su padre volviese antes del trabajo, para jugar con ella, por más que lo hostigaba constantemente con llamados telefónicos, aunque inventase excusas que a veces rayaban en lo ridículo. Él era más comprensivo que su madre y siempre repetía la misma frase “prometo compensarte esto el fin de semana, amor” como un autómata; pero el fin de semana, no era lo mismo.

No podía hacer que su cabello brillase ni siquiera un cuarto de lo que brillaba el de su mejor amiga, tampoco conseguía que este fuera tan largo y sedoso, ni que desaparecieran los nada lindos bucles que enmarcaban su delicado rostro; No podía reír a carcajadas, ni hacer que las miradas se centraran en ella. Por más que lo intentaba no lograba ser tan delgada, hermosa y agraciada como Zue.

No era capaz de correr libre y alegremente, de treparse a los árboles, charlar con los otros niños y abrazar a la gente impulsivamente como su amiga, a quien todos parecían querer instintivamente.

No conseguía que su dibujo fuera el más bonito del jardín, menos cuando creció. Tampoco lograba que su voz fuera la más alta del coro ni ser la mejor alumna de la clase.

No podía hacer que la eligieran primera para formar equipos, menos que se disputaran por ella. No conseguía tampoco que la invitaran a todas las fiestas de cumpleaños.

No tenía la fuerza ni era capaz de decirles a sus padres que dejaran de discutir tras las puertas cerradas, menos aún era capaz de decirles que temía perderlos, de todos modos, no la hubiesen escuchado.

Si, definitivamente había muchas cosas que Alice Dawson era incapaz de controlar, no tardó demasiado en aprenderlo y también junto a esto, entendió que debía tener un plan de apoyo, para intentar controlar la mayor cantidad de cosas a su alcance –o a su no alcance- para protegerse del daño que podían causarle los otros.


Alice aprendió a muy corta edad a hacer planes, cuando tan solo tenía trece años, había diseñado su vida, había hecho planes, trazado esquemas y diagramas, todo en perfecto orden. Sabía que tenía que tener bajo control todo cuanto pudiera. Por eso, Alice Dawson, había comenzado a regirse de normas, códigos de conducta y esquemas.

Si se regentaba por todas y cada una de las reglas que había creado y se había auto-impuesto; si cumplía paso a paso, cada una de sus metas y propósitos; si pensaba minuciosamente cada detalle, cada pro y cada contra de una situación antes de actuar… entonces nada podría salir mal, nada podría derrumbar su mundo, entonces nadie podría dañarla.


No era un plan demasiado difícil, para ella que tenía los medios.

Consistía en dar pocas, exclusivas y las mejores fiestas, así sería la niña mas popular y nunca volvería a quedarse en su oscuro rincón, sola; Ser la mejor alumna, tendría entonces, también la atención de los maestros, que nunca volverían a criticarla y si la suerte la acompañaba, harían comentarios positivos a sus padres sobre ella; Ser como una hija modelo, sus padres nunca volverían a ignorarla; Encontrar al hombre ideal y tener la relación perfecta, para no tener que pasar por lo que pasaban sus padres; Si seguía al pie de la letra el plan, nada podría salir mal.


Pero siempre seguía habiendo algunos elementos, fuera del alcance de su entendimiento, siempre habían cosas, que estaba rayadas fuera del margen de sus perfectos diseños. Y eso era lo que ella no había comprendido nunca.


Todo había sido minucioso, había esquematizado un plan para cada situación, para cada etapa y cada año. Eran sus mecanismos de defensa, era la única forma de salir impune de todo el daño que cualquiera intentase hacerle. Pero había un plan… había un plan que ella no había considerado, tenía bosquejos de etapas, años, meses, días, semanas, fechas especiales, horas, tenía un plan para cada mentira, uno para cada verdad, pero nunca considero hacer un plan contra los sentimientos, si, esos que son los que mas dañan, que están escondidos durante un tiempo y de pronto salen a la luz, volteando el mundo, rompiendo los finos hilos, de los que Alice tiraba, para manejar su mundo, para moldear su vida. Existía allí un algo, que se salía, incluso mas allá de sus perfectas cuentas, números y cuadriculados preceptos de vida. Algo que se salía del alcance de su comprensión, algo que no encajaba ni cumplía con ninguna de sus reglas.

Había un elemento que no cuadraba, Amor.


Estaba tan cegada, ante la aparente perfección con la que salían sus planes que no se había dado cuenta, que hasta los mejores planes, presentan fallas, puntos ciegos, negros y otros sin retorno. Había bloqueado todo intento de la realidad por demostrar que su plan tenía algunas líneas que no encajaban, líneas que estaban chuecas. Esas que desequilibran todo el plan, esas que hacen tambalear a los edificios.


Alice, supo desde el momento en que lo conoció que, él, era uno de esos puntos ciegos, una de esas líneas chuecas. Y desde que escucho las primeras palabras salir de sus labios, había luchado por mantener su plan recto, por mantenerse precisa e inflexible, porque si uno de los finos hilos se cortaba… Pero no.

Él, que no seguía la mas mínima regla, si no era una suya propia; Él, que no dejaba que nadie le diera ordenes; Él, que era la persona mas bipolar que Alice hubiese conocido jamás; Él, a quien no parecía importarle el porvenir.

Era, él, la única persona, de la cual Alice no podía halar los hilos; Él que podía saber lo que ella siempre pensaba; Él, que conocía todas sus artimañas mas sucias; Él, el único que podía ver a través de sus macabros planes y descifrarlos al instante; Él, a quien ella no podía mentirle; Él, quien siempre descubría sus manipulaciones en tiempo record; Él, que era para ella, la única persona impredecible. La única a la cual, no podía controlar.

Era la única persona que Alice no podía moldear, porque no quería hacerlo.


Sin embargo, había algo que Alice no sabía. Él también tenía un plan.

Más que un plan, era un juego, uno de esos tan típicos de él, con sus propias reglas, mejor dicho, su propia norma y esta era que no existían las reglas.

Él la quería. La quería a ella, para él y solo para él, no quería ni planeaba compartirla y para esto, también había creado un metódico plan.

Uno a uno, desbarató todos sus planes, fue de a poco, cosa que cada vez que uno de sus perfectos planes fuera quebrado, él estaba allí para que ella encontrara consuelo. Tuvo para ello, que ser tan esquematizado como ella, analizar todos y cada uno de sus proyectos, para trazar la antitesis a estos. Para encontrar el plan perfecto para destruirlos.


Alice sabía, que debía haber alejado a ese aborrecible ser en cuanto tuvo la oportunidad, debía haberlo eliminado de su vida; A ese ser tan odioso, con una sonrisa torcida y un brillo triunfador en su rostro, aquel ser manipulador y perfeccionista, ese hombre que hacía con un susurro en su oído que toda ella se estremeciera. Era demasiado arriesgado para su propósito, para su felicidad, para la estabilidad que ella buscaba, demasiado peligroso que él, ejerciera ese poder sobre su cuerpo, sobre su mente, sobre ella. Tenía que haber escapado cuando aún podía, porque llegaría el día, en que ya no tendría el valor, ni la fuerza para huir.

Porque él era como un imán, encantaba a Alice con solo una mirada, con su silencioso magnetismo, con su despreocupado estilo de vida, con su aire intelectual y dominante, atraía al duendecillo con su posición de chico malo, de rebelde y de mandón. La encantaba con su anti-esquematizado perfeccionismo. La deslumbraba con su aire de misterio…

La hechizaba completamente, por el simple hecho de que, él, no encajaba en absolutamente ninguno de sus planes ni esquemas. Él se salía de las líneas; Siempre.

Pero no lo hizo, no huyó. Alice se mantuvo a su lado, contrario a todos sus pensamientos lógicos y racionales, sabiendo que algo iba mal, sabiendo que algo era raro respecto a él, pero no le preocupaba, porque cada vez que estaba a su lado, cada vez que el recorría su piel, cada vez que la tocaba, cada vez que sentía su frío cuerpo pegado a ella, no le importaba. Porque cada vez que ella sentía su aliento chocar contra su rostro, cada vez que sentía sus finos labios rozar los de ella, cada vez que él estaba con ella. Hacía que perder el control y olvidarse de sus planes e intenciones iniciales valiera la pena. Él hacía que arriesgarse a salir dañada, valiera la pena. Esos momentos junto a él, hacían que no le importara nada sobre las extrañas cosas que giraban en torno al chico, hacía que se olvidara por completo de las extrañas situaciones que rondaban a su familia. Hacía que nada mas que ellos dos le importara.


Si, definitivamente, había muchas cosas que no cuadraban en la vida de Alice Dawson, cosas que salían de sus cálculos, cosas que ella no había planeado.

Seguramente Alice debía aprender a alejarse de esas cosas que anunciaban desde un principio ser catastróficas para sus planes.

Alice debía aprender que todo no podía ser siempre perfecto, que por más que fuera un momento perfecto, era solo eso, el momento, un latido, un soplido de vela, que se desvanecía con la misma rapidez que había llegado.

Había cosas, sentimientos, sensaciones, personas, elementos, discontinuos unos de otros, que rompían sus esquemas y pautas para la vida perfecta.

Pablo era ese elemento. Él era el factor sorpresa. Era la caja de Pandora.

Pablo era el caos. El peligro inminente. Era eso de quien debía alejarse, pero no podía.

Existe una sola e inevitable verdad y es que nunca somos verdaderos, hasta que la tormenta está sobre nuestras cabezas.
Pues la lluvia, se lleva todas las máscaras, la lluvia quita toda cáscara. Y peor aún es cuando el sol no sale y salimos fuera de nuestros cascarones a echar un vistazo y nos encontramos con la más triste y oscura realidad. El verdadero rostro del resto y peor que aquello, el verdadero rostro nuestro.